Recién me atrevo a sacar las manos de los bolsillos, a guardar los guantes y me decido por tratar de hilar ideas mientras se me descongelan los dedos y lo que me queda de cerebro.
Menos mal que la bendita lluvia viene a reemplazar al corazón de escarcha, que no sirve para nada más que arruinar plantaciones y a encarecer los precios de frutas y verduras. ¡Como si nos hicieran falta motivos para que todo siga subiendo, menos nuestros ingresos!
Para entrar en materia acerca de lo que nos convoca, nuevamente vamos a apelar a la ayuda del cine.
En 2010 se estrenó la película británica “El discurso del Rey”, basada en un episodio verídico, la tartamudez del Rey Jorge VI del Reino Unido (padre de la eterna Isabel II), y el tratamiento que le brindó un fonoaudiólogo para que sus mensajes por la radio no salieran tataritas, en tiempos y trances tan difíciles como declarar la guerra al mismísimo Adolfo Hitler. Los protagonistas son Colin Firth y Geoffey Rush, dos de los tantos monstruos que tiene el cine de esas nebulosas islas. El final es happy y la peli se llevó el Oscar a la mejor del año.
Me acordé de ese filme observando a nuestro joven mandatario ofreciendo su primera Cuenta Pública a la Nación, pero no porque tenga el mismo problema que afectaba a su graciosa majestad británica allá por 1939, sino porque s me cruzó por la mente, ¿y si nosotros también tuviésemos un Rey en vez de un Presidente? Me imaginé a Gabriel Boric vestido con capa de armiño tricolor y una corona de cobre (sí, el oro es más caro y vistoso, pero el cobre nos representa mejor). A su lado, príncipes, princesas, duques, duquesas, marqueses, marquesas, barones y baronesas, todos igualmente elegantes, recibiendo el cariño del pueblo. ¿Imposible, verdad? Sin embargo, en los días de la lucha por la Independencia de Chile hubo varios personajes importantes y no tanto que no creían en las repúblicas y que ya se veían incorporados a una Corte Imperial, tal como ocurrió en Brasil, México y Haití. Sí, aunque le cueste creerlo, hasta el modesto Haití tuvo testas coronadas.
Menos mal que no les resultó. Mejor volvamos a algunos puntos que me interesaron con más fuerza de las palabras del Presidente.
Ahh, pero antes. No puedo dejar de pedir que por favor se enseñe la letra de la Canción Nacional al 99,9 por ciento de los compatriotas, porque hasta el coro oficial de las ceremonias de La Moneda cometen un par de errores, pequeños, pero imperdonables.
Cuando debe decir “te promete futuro esplendor”, le meten un “el”, que na’ que ver y terminan cantando “te promete el futuro esplendor”. Se les perdona a los muchachos de la selección chilena, porque ellos están para patear una pelota y no para cantar el himno, aunque también debieran conocerlo mejor, porque a veces les toca. Si quieren ir a Catar, como lo acepta la RAE, es mejor que ensayen.
El otro error, generalizado entre doctos y profanos viene cuando deben decir “con que Chile en tus aras juró”, pero se comen la preposición y terminan coreando “con que Chile tus aras juró”. Espantoso. La oración pierde sentido. Por si acaso, las aras son los altares en que Chile juró ser la tumba de los libres o el asilo contra la opresión. Hay otras haras, con h, pero esas son criaderos de caballos finos.
Ya me desvié mucho del discurso presidencial, pero intentaré recuperar el sendero señalando que me gustaron varias coas, como la reforma tributaria y sus alcances, el fin del odiado CAE, y, especialmente, el anuncio de una renovada y reforzada política ferroviaria, que debería terminar con un sistema capaz de transportar 150 millones de pasajeros, de aquí a 2026. Chile debe mucho de lo que alcanzó a progresar a los trenes, pero la dictadura optó por favorecer a sus alternativas. Igualmente, son promisorias las medidas anunciadas para mejorar en salud y educación, pero me habría gustado escuchar más rigurosidad contra los delincuentes y violentistas que tienen asustado a más de medio Chile.
Por otro lado, ya se ve que no basta con decir No+AFP para mandarlas al baúl de la historia. La idea es que se vayan de paseo, pero no tan rápido, porque todavía tienen un rol que cumplir en el cambio de esquema.
Ahora, los ministros se reparten por el país para explicar los alcances de la Cuenta, mientras los ciudadanos comunes y corrientes nos vemos sometidos a las andanadas de reacciones de los que sí y de los que no.
Para los que ya tenemos algunos añitos interesados con mayor o menos fervor en el devenir político de nuestra amada república, el tema de las reacciones tras los discursos presidenciales es un clásico.
En cuanto habla el Presidente, sus partidarios se ponen en fila para elogiar la solidez y profundidad del mensaje, enfatizando en que se trata justamente de lo que Chile necesita y exige. Los opositores, por su parte, se esfuerzan en demostrar que por algo están en la vereda de al frente y recalcan que el discurso resultó decepcionante, repetido y carente de fundamentos.
En eso estamos desde que Chile es Chile, pero, ¿se puede esperar otra cosa?
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