Historias DiarioSur
Por Redacción , 20 de julio de 2023 | 08:00

Brand en Cisnes, el vaquero de las pampas patagónicas

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Digby Brand en 1921, antes de ser administrador de la estancia Cisnes. Archivos familiares en Tecka.
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Segunda crónica de la serie "Aysén, la última esquina", narraciones del escritor Óscar Aleuy Rojas.

Segunda crónica de la serie "Aysén, la última esquina",  narraciones del escritor Óscar Aleuy Rojas.

Por allá por 1865 un grupo de colonos ingleses y galeses, casi todos jóvenes, se establecían en una colonia de conquistadores en Puerto Madryn, provincia del Chubut, a escasas siete horas de Coyhaique. La colonia pronto se hizo conocida y el grupo pudo compartir con muchas personas. La estadía de los trabajadores no estuvo jamás exenta de dificultades. Sus principales faenas se asentaban en el valle del río Chubut y en la precordillera andina.

Pequeñas estancias y emplazamientos los llevaron a coludirse con otros colonos europeos afanados en el aprendizaje de desconocidas técnicas. Cultivaron suelos, ocuparon tierras de pastoreo, levantaron ranchos, baños, construcciones, generaron áreas productivas y se hicieron respetar. Sus gestiones llegaron a oídos de las autoridades y comunidades chubutenses por sus notables influencias sobre los gauchos. Pronto, los nuevos rancheros serían conocidos como los vaqueros de las pampas. 

Uno de sus líderes era Digby Brand quien, junto con trabajar en la pequeña comunidad pionera de galeses en el Chubut, conocería al amor de su vida, la agraciada Charlotte Tyndale. Pronto se comprometieron y juraron amor eterno, pero sin saber que el compromiso formal demoraría un tiempo. Estaban en eso cuando llegó una carta de los administradores ingleses de Valparaíso anunciándole que debería hacerse cargo de la administración de una estancia en Cisnes.

Las obras contemplaban un centro de operaciones mercantilistas en el sector. En un primer momento, el joven Brand se sintió acongojado por la noticia, ya que vería postergado el sueño de su matrimonio. Conversaron y decidieron postergar el enlace.

Brand iniciaría el año 1905 una de las más interesantes etapas de su vida. Pronto recibió formales instrucciones de sus superiores, para cumplir labores de alta responsabilidad. Materiales, herramientas, vituallas, dinero, contactos, papeles, contratación de personal… Toda una ordenanza gigantesca para una obra que cumplió con creces, hasta más allá de los años 60, un objetivo comunitario trascendental. 

En dos años Brand construyó una casa patronal, la que permanece hasta hoy, aunque abandonada y ruinosa; realizó plantaciones de arboledas, diseñó huertos, lugares de pastoreo, corrales y baños. Implementó generosos lugares de estadía para peones y gauchos, caballerizas, oficinas, galpones de acopio, talleres y un aserradero. Fue tal la energía que desplegó, que cuando se cumplieron los dos años para ir a buscar a su esposa Lottie y fundar una familia, se sintió recompensado y satisfecho. 

Existen en el historial de estos pioneros numerosas cartas y documentos personales donde se entiende el tremendo esfuerzo desplegado para lograr sus objetivos, y también las vehementes cartas de amor entre los enamorados con la plena esperanza de que tiempo vuele para formalizar su compromiso. Éste llegó en la fecha prevista. Formalizaron su vida con una familia lindísima, cuyas fotos así lo revelan, en el nuevo hogar de la estancia construida por ellos mismos. Era el advenimiento del año 1907 y hasta 1924 llevaron una existencia plena en medio de los trabajos y obligaciones, junto a sus nuevos retoños, viendo cómo el tiempo se iba llevando los fatigosos días preliminares. 

Ese año regresaron todos a la parte baja del valle del Chubut, donde se aquietaron y volvieron a disfrutar de una vida más apacible, sin tantos desafíos ni evidencias de algún cumplimiento oficial de trabajo. Recién en 1935 Digby Brand, maduro y experiente, volvió a las andadas y se hizo cargo de la explotación de una nueva estancia llamada La Blanca, esta vez en el oeste de la provincia del Chubut, la localidad de Tecka. 

Hacia 1952 los Brand se retiraban para siempre de los escenarios laborales, yéndose a vivir con dos de sus hijos, Jimmy y Sussy allá en Bahía Blanca. Ya ancianos, murieron en distintas circunstancias, Lotty en 1956 estando junto a su amado y Digby en Trinidad junto a Thora, otra de sus hijas, en 1961. Después de los años 20 la Estancia Ganadera Cisnes pasó por turbulentos momentos cuando el golpe de Estado de 1924 encabezado por el general Altamirano, provocó períodos de gran inestabilidad política en el país hasta mediados de 1932. A partir de entonces y por espacio de 40 años, la estancia vivió momentos de gran prosperidad, hasta 1970, cuando el gobierno entregó estas estancias en forma sistemática a los obreros y peones residentes, los que realizaron cambios internos, aunque respetando las construcciones originales. 

En 1973, el nuevo gobierno cede la casa patronal para que funcione como una escuela para los educandos de la zona, hasta que se formalizó la construcción de un establecimiento estatal. La casa y los alrededores de lo que alguna vez fue de los Brand, se mantiene desmantelada y herrumbrosa, en silencio y completo abandono, guardando todos los recuerdos de esta familia galesa, conocida por todos como los vaqueros de las pampas. Sus descendientes hacen gestiones para que estas construcciones se valoricen como piezas museográficas. El lago Carlota lleva el nombre de Charlotte, la esposa de Brand. 

El explorador y botánico sueco Carl Johan Fredrick Skottsberg (1880-1963) nos legó una magnífica obra que describe apasionantes relatos sobre la vida de Brand en Cisnes. La obra se llama The Wilds of Patagonia, y de ella podemos extraer algunos párrafos que guardan relación con los contenidos que analizamos: 

“Ascendimos a una altura de 3.300 metros y luego comenzamos un pequeño descenso en dirección al río Frías, situado en el inmenso valle de Cisnes. El gran río Frías, a pesar de originarse en el este cordillerano, va a descargarse al Pacífico. El área presenta detalles sin importancia, aunque en la parte oriental existen muy buenos pastos. Caminamos hacia el oeste y nos encontramos de improviso con una zona boscosa virginal impresionante. Continuamos caminando a ver si encontrábamos alguna señal de vida humana. Buscábamos la Estancia antes de que llegue la noche. Y de pronto, cuando casi oscurecía, a una distancia de unos dos kilómetros, avistamos las conocidas casas de la estancia en medio del Valle Frías. La empresa no ha comenzado el trabajo con el camino todavía, y nadie sabe si alguna vez será capaz de llevarlo a su fin antes de que su tiempo haya transcurrido. El costo es tremendo. El director no estaba en casa, pero su gerente, un inglés de Sudáfrica, nos mostró gran hospitalidad. En su compañía hicimos una excursión a lo largo del valle, donde el terreno abierto llega a su fin y el bosque roble lo sustituye. Pudimos saber de labios del mismo gerente que la empresa no había comenzado aún el trabajo con el camino, y nadie sabía ahí si alguna vez serían capaces de llevarlo a su fin antes de que su plazo haya transcurrido. El costo era sideral y obviamente se trataba de un proyecto difícil de llevar adelante. El viaje continuaba y debimos cruzar el río varias veces antes de acceder al cinturón forestal del Este de Los Andes, que presentaba sus caminos bien marcados cruzando en todas direcciones y corriendo desde las montañas hasta los arroyos de los valles. Acabamos por regresar a la estancia cuando estaba oscureciendo y en ese momento pudimos oír a lo lejos los sonidos de una caravana que se acercaba. Vimos que eran jinetes acarreando una tropa, y el típico sonido de ruedas de carruaje. Dentro, el administrador, mister Digby Brand, que había llegado de la costa y al cual acompañaban su esposa y un bebé de un mes de edad. Nos saludamos y contaron que el viaje había sido muy difícil, pero no tenían el aspecto de cansados ni derrotados. Mr. Brand parecía muy entusiasmado en su trabajo, aunque me contó una historia bastante festiva de los gerentes de la compañía en Londres confesando que eran muy despóticos y autoritarios, a tal punto que le prohibían incluso a él esquilar una oveja sin antes pedir autorización por vía telegráfica. 145 Óscar Aleuy En lo que respecta al futuro, no evitó afirmar que parecía sombrío por el momento, aunque confiaba en que los mejores días, sin dudarlo, estarían en la venta del producto. Muchas veces, mientras uno mira hacia los fértiles valles sub-andinos, siente que está dispuesto a escuchar a aquellos optimistas que profetizan un espléndido futuro. A todos ellos les agradan las praderas colmadas de ovejas, los riachuelos invadidos por espléndidos caballos, los bosques provistos de buena producción de madera y una cordillera que no esconda su impresionante grandeza. Pero todo no pasa de ser un ideal, una quimera, ya que la falta de comunicaciones constituye el gran inconveniente, lo que causa en definitiva la ruina de los soñadores, especialmente si tienen que despejar caminos para recorrer Chile. 

Era evidente que nuestro camino al sur estaba cerrado por las montañas alrededor de los lagos Fontana y La Plata, y nos pareció mejor hacer un desvío al pie de las montañas en las pampas abiertas, cosa que realmente no estaba muy de acuerdo con nuestros principios. En el paso sobre el río Senguer, salida de los mencionados lagos, un alemán había establecido una tienda combinada y un pabellón. Más abajo del río viven algunos colonos. Parecía que Río Senguer se había devorado toda el agua del vecindario. Bajo un sol de domingo, nos adentramos en las montañas, pero en ninguna parte una gota de agua corriente -una laguna tras otra, tan blanca que se saboreaba la sal lejana, hierba verde y hermosas flores, pero no la característica franja de maleza que indicaba la presencia de un arroyo murmurante. Aquel día nos encontramos con la manada más grande de guanacos que hemos visto nunca, no menos de cuatrocientos o quinientos, una visión magnífica. Habíamos pasado un par de días en Argentina. Nuevamente llegamos a Chile, pero eso no nos ayudó, pues tuvimos que recorrer treinta y cuatro millas antes de encontrar agua. Abajo, en un valle, una herida oscura de follaje; emergiendo de él los esqueletos blancos de árboles muertos que permanecían impávidos y solitarios, prometiéndonos fogatas de campamento.”

Por Óscar Aleuy Rojas

Antecedentes biográficos del autor:

Óscar Hamlet es Oscar Hamlet Aleuy Rojas, coyhaiquino, profesor de Lenguaje de la UCV, casado, padre de 5 hijos, radicado en Viña del Mar, donde escribe, diseña y edita sus propios libros y revistas sobre Aysén. 

Trabajó en varias agencias publicitarias en el boom de los 80, incluso fue Asesor de correcciones de estilo en La Revista del Domingo en la época de Ganderats. 

Pasó por Coyhaique destacando como productor de programas radiales de corte histórico, posee el banco de voces de pioneros más completo de la región y una nutrida colección de fotografías antiguas. 

Su legado para el mundo: preservar las historias de los hablantes tempranos, crear un mundo potente de testimoniales, enredado en lo real maravilloso de su región.

Su fecunda producción literaria lo lleva más lejos aún. Son 19 libros que él mismo construye y edita en sus talleres de Viña del Mar y que se exhiben en librerías de Coyhaique. Tiene otros cinco en carpeta

 

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